Prácticamente no existe ninguna otra actividad o
empresa que se inicie con tan tremendas esperanzas y expectaciones, y que, no
obstante, fracase tan a menudo como el amor.
Para la mayoría de la gente, el problema del amor
consiste fundamentalmente en ser amado, y no en amar, no en la propia capacidad
de amar. De ahí que para ellos el problema sea cómo lograr que se los ame, cómo
ser dignos de amor.
Para alcanzar ese objetivo, siguen varios
caminos. Uno de ellos, utilizado en especial por los hombres, es tener éxito,
ser tan poderoso y rico como lo permita el margen social de la propia posición.
Otro, usado particularmente por las mujeres, consiste en ser atractivas, por
medio del cuidado del cuerpo, la ropa, etc.
En una cultura en la que prevalece la orientación
mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no
hay en realidad motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas
humanas sigan el mismo esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes
y de trabajo.
La persona egoísta sólo se interesa por sí misma,
desea todo para sí misma, no siente placer en dar, sino únicamente en tomar.
Considera el mundo exterior sólo desde el punto de vista de lo que puede
obtener de él; carece de interés en las necesidades ajenas y de respeto por la
dignidad e integridad de los demás. No ve más que a sí misma; juzga a todos
según su utilidad; es básicamente incapaz de amar.
En la esfera de las cosas materiales, dar
significa ser rico. No es rico el
que tiene mucho, sino el que da mucho. El avaro que se preocupa angustiosamente
por la posible pérdida de algo es, desde el punto de vista psicológico, un
hombre indigente, empobrecido, por mucho que posea. Quien es capaz de dar de sí
es rico.
El amor es la preocupación activa por la vida y
el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay
amor. El cuidado y la
preocupación implican otro aspecto del amor: el de la responsabilidad. Hoy en día suele usarse ese término para
denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en
su verdadero sentido, es un acto enteramente voluntario, constituye mi
respuesta a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Ser
«responsable» significa estar listo y dispuesto a «responder».
La responsabilidad podría degenerar fácilmente en
dominación y posesividad, si no fuera por un tercer componente del amor, el
respeto. Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con
la raíz de la palabra (respicere = mirar), la capacidad de ver a una persona
tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que
la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. De ese modo, el respeto
implica la ausencia de explotación. Quiero que la persona amada crezca y se
desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia, y no para servirme. Si
amo a la otra persona, me siento uno con ella, pero con ella tal cual es, no
como yo necesito que sea, como un objeto para mi uso. El respeto sólo existe sobre la base
de la libertad.
La clase más fundamental de amor, básica en todos
los tipos de amor, es el amor fraternal. El
amor fraternal es el amor a todos los seres humanos; se caracteriza por su
falta de exclusividad. Si he desarrollado la capacidad de amar, no puedo dejar
de amar a mis hermanos. En el amor fraternal se realiza la experiencia de unión
con todos los hombres, de solidaridad humana, de reparación humana.
El amor fraternal se basa en la experiencia de
que todos somos uno. Las diferencias en talento, inteligencia, conocimiento,
son despreciables en comparación con la identidad de la esencia humana común a
todos los hombres. Para experimentar dicha identidad es necesario penetrar
desde la periferia hacia el núcleo. Si percibo en otra persona nada más que lo
superficial, percibo principalmente las diferencias, lo que nos separa.
El amor al desvalido, al pobre y al desconocido,
son el comienzo del amor fraternal. Amar
a los de nuestra propia carne y sangre no es hazaña alguna. Los animales aman a
sus vástagos y los protegen. El desvalido ama a su dueño, puesto que su vida
depende de él; el niño ama a sus padres, pues los necesita. El amor sólo comienza a desarrollarse
cuando amamos a quienes no necesitamos para nuestros fines personales.
Quien decide resolver un problema mediante el
amor ha de tener valor suficiente para superar los desengaños y permanecer
paciente a pesar de los reveses.
Si amar significa tener una actitud de amor hacia
todos, si el amor es un rasgo caracterológico, necesariamente debe existir no
sólo en las relaciones con la propia familia y los amigos, sino también para
con los que están en contacto con nosotros a través del trabajo, los negocios,
la profesión.
En esencia, todos los seres humanos son idénticos. Somos todos parte de Uno; somos Uno.
Siendo así, no debería importar a quién amamos.
"El Arte de Amar" Eric Fromm
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